Arqueología de la 'Religio' y Santo Tomás de Aquino.

 Arqueología de la Religio y Santo Tomás de Aquino.



(Recordando que el filósofo y teólogo perteneciente a la Orden de los Predicadores muere un siete de marzo de 1274).

"Al haber perdido a Dios debido a la negligencia [negligentes], lo recuperamos (religentes) y somos atraídos hacia Él."

San Agustín de Hipona, De civitate Dei, X, III.

 

En la Summa Theologiae existe un tratado de la religio, en donde la religión se encuentra entre las "virtudes anexas a la justicia". Santo Tomás comienza con un análisis somero del término; da dos etimologías como probables: la primera, la recoge de Isidoro de Sevilla (autor que retoma estos significados a su vez de Marco Tulio Cicerón), que proviene de <relegere> (Religiosus a religione apellatus, qui retractat et tamquam relegit ea quae at cultum Domini pertient [se llama religioso, proveniente de religión, a quien repasa y relee lo que pertenece al culto divino]) y la segunda, de Agustín de Hipona de <religare> (a religando, ut Agostinus: religet nos religio uni omnipotenti deo [a partir de religare, como dice Agustín: la religión nos religa al único Dios omnipotente]). En los dos casos, la religión designa esa relación del hombre con Dios (S. Th., II-II, cuestión 8, Art. 1).

     Es la relación exclusiva de los hombres con Dios (religio ordinat hominem solum ad Deum [la religión ordena al hombre sólo a Dios]) (ibid., artículo 1). Podemos afirmar que la fuente más antigua de la etimología es la de Cicerón que se origina a partir de <relegere>, tomar, agarrar, leer, etc., y posterior la de Lactancio que remite el origen de <religare> a religar, unir. Aunque esto no implica que por más antigua sea la correcta, de cualquier forma y como veremos más adelante los autores modernos se inclinan por la etimología <relegere>.

     Ahora ahondemos de dónde se remite Santo Tomás de Aquino para identificar la etimología: Según Marco Tulio Cicerón [106-43 a. C.], en De natura deorum, II, 28, escrito 45 a. C., el sustantivo religio se deriva del verbo relegere. Siglos más tarde, Lucius Caecilius Firmianus Lactantius [250-325 d. C.], en Divinae Institutiones IV, 28, redactadas entre el 304-313 d. C., hace derivar la palabra religio del verbo latino religare.

     Para Cicerón, la religión sería asunto del culto cuyas reglas hay que observar escrupulosamente. Para Lactancio, la religión tiene un carácter más existencial de religación del hombre con la trascendencia.Según el lingüista francés Emile Benveniste, desde el punto de vista lingüístico, no se puede derivar religio de religare pues no existe el abstracto ligio derivado de ligare. El sustantivo de religare ('unir fuertemente', 'vincular') sólo podría ser religatio y no religio. Por tanto, morfológicamente el término religión no podría derivarse de religare.

     A partir del verbo legere se puede obtener el sustantivo legio ('cuerpo armado o conjunto de soldados reclutados'), verbi gratia: legión. De los verbos de los que se podría derivar la palabra religio, que serían:

 religere ('tener en cuenta'), (Augustín: Retract. I, 12, 9)
religare ('religar', 'atar fuertemente')
relegere ('leer atentamente', 'repasar escrupulosamente')
obtendríamos los sustantivos siguientes:
relictio de religere
religatio de religare (etimología propuesta por Lactancio)
religio de relegere (etimología propuesta por Cicerón)

    El verbo legere tiene varios significados:


leer (por ejemplo un escrito),
recolectar, recolectar, juntas (espigas, uvas),
escuchar, espiar (recoger con el oído),
escoger, elegir (reconocer y decidir),
leer en voz alta (algo a alguien).

     Cicerón relacionaba la palabra religio con el verbo relegere (‘tratar con diligencia’), un derivado del verbo lego (‘reúno', 'recojo’), del que se derivan neglego, intellego, diligo y dilectio.

                Según Walde (1965: 352), diligo, intellego y neglego, por tener la misma flexión, la misma derivación y por su significado son sentidos por la conciencia lingüística de los hablantes como pertenecientes al mismo grupo.

 «Religión, 1220-50. Tomado del latín religio, -onis, íd., propiamente 'escrúpulo, delicadeza', y de ahí 'sentimiento religioso'.» [J. Corominas: Breve diccionario etimológico. Madrid: Gredos, 1967, p. 501]

La expresión latina mihi religio est significa 'me causa escrúpulo'.

«Un gran historiador de las religiones (Cumont 1929: 40-41) escribía que el culto de los dioses en Roma era un deber cívico, mientras que el culto de los dioses de misterios extranjeros era la expresión de una fe personal; esto fue lo que hizo que el Imperio se abriera a formas de religión distintas de las puramente cívicas, causando la fácil victoria de los dioses griegos y orientales en los últimos siglos de la república. La organización social y política puede producir tal vez la ilusión de apuntalar una religión; generalmente la perfora.» (Zubiri 1993: 178).
La interpretación más extendida es la "cristiana" que dio Lactancio (304-311 d. C.), que hace derivar religio de religare, vincular, atar fuertemente.

     El problema de la etimología de la palabra religio solo tiene interés histórico y filológico, pero no podemos negar que la interpretación tiene una importancia capital para entender la cesura entre lo sagrado y lo profano, el lenguaje nos sujeta y nos produce; en este sentido citando a Giorgio Agamben:

 

El término religio no deriva, según una etimología tan insípida como inexacta, de religare (lo que liga y une lo humano y lo divino), sino de relegere, que indica la actitud de escrúpulo y de atención que debe imprimirse a las relaciones con los dioses, la inquieta vacilación (el "releer")' ante las formas -las fórmulas- que es preciso observar para respetar la separación entre lo sagrado y lo profano. Religio no es lo que une a los hombres y a los dioses, sino lo que vela para mantenerlos separados, distintos unos de otros. A la religión no se oponen, por lo tanto, la incredulidad y la indiferencia respecto de lo divino sino la "negligencia", Es decir una actitud libre y "distraída' -esto es, desligada de la religio de las normas- frente a las cosas y a su uso, a las formas de la separación y a su sentido. Profanar significa abrir la posibilidad de una forma especial de negligencia, que ignora la separación o, sobre todo, hace de ella un uso particular (Profanaciones, p. 99).

 

 

Esta idea de profanación absoluta que subvierte  el terreno de lo sagrado y lo relega a un campo de pleno juego donde ni ley ni instituciones pueden ser aplicadas ni estudiadas, nos ayuda a comprender el moderno problema de la legitimidad. Hoy en día el aspecto religioso ha sido reducido al ámbito personal y existe en el plano de la experiencia privada. La modernidad y sus profetas han privado y vaciado a la religión de su carácter de potencia histórica, la han convertido en un espectáculo. Las dos caras solidarias del ídolo que se ha erigido constituyen en la post historia dos observancias: una cara que mira al futuro y que observa en la gestión del cuerpo el nuevo campo político; y el otro rostro que mira al pasado añorando una época en la que economía, política y “religión” eran una y misma hipóstasis.

 La imposibilidad de una teología política es el proyecto central de las “filosofías de la inmanencia” que comenzaron con Kant y cuyo punto más alto fue la elevación de la materia como máximo poder conformador en Marx. El punto central de la discusión política de occidente en el siglo XX fue el concepto de soberanía, a este respecto el debate continúa abierto; el campo de batalla es la guerra por las palabras, el mismo Wittgenstein lo intuyó cuando escribió: (...) PUES LOS PROBLEMAS filosóficos surgen cuando el lenguaje hace fiesta"(§ 38).

 

Fabio Garzón en su texto Critica de Ludwig Wittgenstein al problema de los lenguajes privados, escribió:

 

Lo particular de las fiestas es que rompen con la normalidad de la vida, con la cotidianidad, con lo preestablecido. La vida regular se determina según ciertas normas o reglas de conducta; en cambio, en las fiestas se trastocan las reglas de la normalidad en función de la diversión. El lenguaje, como toda forma de conducta regulada, implica una normalidad, es decir, una manera especial de uso. Esto plantea la posibilidad de que se trastoquen sus reglas, de que se haga fiesta.

 

 Cuando esto sucede surgen los problemas filosóficos, problemas que son callejones sin salida, atolladeros ("Un problema filosófico tiene la forma: 'no sé salir del atolladero"') (§123), son contradicciones que se imponen y obligan a devolverse impidiendo avanzar. Cuando el lenguaje hace fiesta y se vuelve problemático se hace pertinente disolverla, volver a normalizar el estado del lenguaje habitual.


            Por tanto, restituir las palabras a su significado original y comprenderlas es la tarea de aquellos que se encuentren en el campo de batalla por los conceptos. Términos que tienen hoy en día una legión de significados es necesario se deconstruyan y se comprendan desde su origen hasta la actualidad. Dos de ellas, soberanía y religión conforman parte de un proyecto futuro.

    Es significativo que estas palabras no existen en otras lenguas que no sean las influidas directamente por la cultura romana. Las otras lenguas no tienen una palabra cuyo significado abarque todo lo que en nuestro ámbito cultural queremos decir, por ejemplo, con la palabra religión. Los romanos no comprendían la religión separada de la vida política y del ámbito profano. La religio no podía ser algo separado de la esfera pública y es aquí dónde podemos comprender en toda su dimensión la publicidad del culto cristiano y su servicio.

GUILLERMO IVÁN GONZÁLEZ GARCÍA.

Estudiante de Teología en la Universidad Juan Calvino.

 

CDMX, 7 de marzo de 2018.

 



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