El gran dictador (1940) de Charles Chaplin. Arqueología del gesto
Arqueología del gesto.
Comentario a la película El gran dictador, de
Charles Chaplin
El gesto es la forma más
básica de expresión, es el medio fundamental que busca comunicar la
comunicabilidad; los demás medios son extensiones de éste. Es
decir, otros medios como la palabra, los idiomas, la prensa, el radio, la tv, la
literatura; entre otros, son extensiones de esta primaria forma de
comunicación. Los padres observarán que sus hijos antes de hablar se relacionan a través del gesto. Solo así, sabemos cuando el
infante esta hambriento, si tiene un malestar, si está enojado o cualesquiera de sus expresiones.
El gesto es en ese sentido la forma de comunicabilidad por
excelencia, deviene solo en un medio que no persigue ningún fin, es la
comunicación y expresión en su estado de pureza. Por tanto, el gesto se despliega
en otras tantas dimensiones de la actividad humana; no es un metalenguaje, sino
solo deviene en mera exposición, sin ningún fin trascendente. Por tanto el
gesto no dice nada, es mutismo en estado puro, el gesto no logra desenvolverse
en estado puro, es un gag, es decir, ese dispositivo que se introduce en la
boca para impedir la palabra.
El mutismo esencial del cine es la expresión desesperada del
gesto originario y perdido en la modernidad, es la búsqueda de la gestualidad
pura. Lo místico viene de aquello impronunciable o que no se puede decir o
explicar, por tanto toda expresión es una imposibilidad de decir. Es una confusión
de lenguas.
Mysterion provenía
de mystes ‘iniciado en ritos
secretos’, con origen en myein, un
verbo que significaba ‘cerrar la boca o los ojos’, del cual se derivó también mystikós, la palabra griega que dio
origen a la mística. La
más famosa de estas ceremonias era la que se realizaba en el templo de la diosa
Deméter, en la ciudad griega de Eleusis, un rito reservado a los iniciados que
se comprometían a no revelar nada de lo que vieran y oyeran.
La palabra mysterion, o mysterium en latín, aparece en algunas
traducciones del Antiguo Testamento, por ejemplo en Daniel, con el sentido de
‘intención secreta’ y en el Nuevo Testamento en textos de san Pablo, como una
verdad mantenida en secreto desde el comienzo de los tiempos y sólo ahora
revelada a los hombres por Cristo. En la Vulgata, mysterion es
traducida al latín, algunas veces como mysterium y
otras como sacramentum, significado
que se mantiene hoy en español en las acepciones quinta y sexta del Diccionario
de la Real Academia:
5. Cada uno de los pasos de la vida, pasión y muerte de
Jesucristo, cuando se consideran por separado.|| 6. Cualquier paso de éstos o
de la Sagrada Escritura cuando se representan por imágenes.
Entre los siglos
X y XII, la Iglesia católica, que había sofocado el teatro clásico, acabó
haciendo renacer las artes dramáticas al promover la representación de piezas
didácticas de contenido religioso en las que clérigos-actores ponían en escena
dramatizaciones de la Navidad, la Epifanía y la Pasión de Cristo, obras que
llevaban en latín el nombre mysteria ‘misterios’.
Por tanto, la redención del gesto
perdido y sus misterios indecibles son recuperados en extremis a través del
arte por excelencia en el siglo XX, el cine y su origen mudo son un ejemplo de
ello.
Aun hoy en día el cine no ha perdido ese
carácter gestual y mudo, que no tienen nada que ver con el sonido, la música o
la voz; sean diegéticas o extradiegéticas. Un ejemplo de ello es la película de
2020 Joker, a través de la cual, se expone la gesticulación excesiva de su
protagonista en este despliegue histriónico del rostro como prosopón o mascara
gestual. En el teatro clásico de acuerdo a su carácter, los actores llevaban esa
mascara para denotar su cariz cómica o trágica.
El
Gran Dictador fue la primer película no silente de Charles Chaplin, en ella se
parodia la personalidad y gestualidad de Hitler. El protagonista, un barbero judío,
toma su parecido con el dictador gesticulando, ridiculizando el discurso y la
forma de disertación de Hitler. El personaje de Chaplin en un idioma alemán “macarrónico",
hace un despliegue de ademanes, en esa manera tan desesperada de articular el
cuerpo y el rostro de los dictadores totalitarios del siglo XX. Cualquier cinta
que retrate la oratoria del führer observará que el paroxismo exagerado en su
discurso es un rasgo esencial de su desesperación por hacerse entender;
cualquiera que observe a un mudo enojado podrá ver este mismo patrón. Pareciera
que el mutismo gestual es un acto desesperado por comunicar, lo que por defecto
o propia realidad, no se puede comunicar. El lenguaje nos sujeta, por tanto, al
tratar de huir de esa ligadura nos expone a un ataque gestual. Tal como
pareciera sucederle a Mussolini y a Hitler, en cada discurso.
Adenoyd
Hynkel es un personaje que se configura a partir de dos personas totalmente
distintas y que convergen como en una broma divina en Hitler, la persona más terrorífica
del siglo XX y en Chaplin, la persona más simpática de ese
tumultuoso siglo. El mostacho "cepillo de dientes" no pudo lavar la terrible sangre
derramada que manchó para siempre la historia del hombre y de las naciones. No
existen pruebas, pero esa similitud dejó entrever la inspiración del inglés en
el personaje alemán y viceversa. El mismo Chaplin lo observaba cuando escribió en
su biografía:
«Ese hombre [Hitler] cometió́
el error imperdonable de elegir mi bigote». Para nadie es ajeno que esa correspondencia entre Tercer
Reich y democracia se están confundiendo en esta época, la anarquía es tal que
los dos discursos se están también confundiendo en uno solo.
Al respecto, Andrés Barba en su libro La
risa caníbal apuntaba:
“El
discurso final de El gran dictador –un discurso en el que Chaplin se esmeró́
hasta el punto de elaborar más de una veintena de versiones para alcanzar el
texto definitivo– es quizá́ uno de los ejemplos más conmovedores del
desconcierto de quien se ha apoderado hasta tal punto del objeto de su parodia
que ya ha empezado a utilizar sus propios términos. Pasando por alto que el
discurso antibelicista de Chaplin es al mismo tiempo el más belicista de la
Historia y que llama abiertamente a la guerra para salvaguardar la libertad y
la democracia (pasando por alto que el nacionalsocialismo era precisamente la elección
libre del pueblo alemán y la validación de su sistema democrático), Chaplin
opta por un denuesto de la inteligencia. «Nuestro conocimiento nos ha hecho
cínicos, nuestra inteligencia, duros y desconsiderados. Pensamos mucho y
sentimos demasiado poco. Más que inteligencia necesitamos bondad y dulzura, sin
ellas la vida será́ violenta». El discurso de Chaplin se parece a la paradoja del escéptico, utiliza las ideas
para aborrecerlas. Y no es poco peligroso: instaura el caldo de cultivo
perfecto para todas las dictaduras, eso que Sloterdijk llamó en un momento de
lucidez mental setenta años más tarde la «cursilería trascendental» de las
ideas políticas nacionalistas. Del mismo modo que las ideas pueden discutirse
(y hasta demostrarse literalmente falsas) los sentimientos solo pueden creerse
o no creerse, y en el caso de ser creídos, solo pueden respetarse. El parapeto
ideal de los discursos nacionalistas y fascistas es precisamente que están fundados en sentimientos, no en ideas: se sitúan en un punto dialectico inexpugnable.”
“En el capítulo 17 de san Lucas se lee: ‘El Reino
de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los
hombres’. Vosotros, los hombres, tenéis el poder. El poder de crear máquinas,
el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y
hermosa, y convertirla en una maravillosa aventura”.
Haciendo
una atenta lectura el texto de Lucas reza de manera diferente y en otro sentido:
Preguntado por los fariseos, cuándo había de
venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con
advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios
está entre vosotros. Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá cuando desearéis
ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis. Y os dirán: Helo aquí,
o helo allí. No vayáis, ni los sigáis. Porque como el relámpago que al fulgurar
resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo
del Hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea
desechado por esta generación.
Lo
que Chaplin intenta en esta mención al texto bíblico es advertir el peligro en
la utopía del reino maligno de Hitler y su promesa pseudo-mesianica. Aquí el
discurso deviene en gesto político, es sin duda en el siglo XX donde la
gestualidad se interpone en el surgimiento de un lenguaje más totalizante. Ambos
se anulan en el entrecruce, en la frontera. Así, como en el cruce de la esvástica,
la imposibilidad del universalismo del lenguaje convierte y diluye las ideologías
en sectas, las democracias en dictaduras, la mercancía en fetiche y el ser en
no-ser. El siglo de los movimientos fue un vendaval bajo un susurrante y oscuro
embrujo rúnico.
Por Iván González.
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