Cruising (1980): hacia una teología del vestido
Cruising (1980):
hacia una teología del vestido
El cuerpo erótico surge de la transgresión de querer saber
Pero también de la finitud. Hay algo de eso inscrito en nosotros,
El deseo sigue siendo transgresor.
Giorgio Agamben.
No hay nada más profundo que la piel.
Paul Valery
UNA TRIADA DE FILMS Y SU TEOLOGÍA DEL VESTIDO.
El vestido puede simbolizar realidades superiores. El teólogo Eric Peterson –del que hemos analizado con anterioridad sus conceptos de teología y política en su texto El Monoteísmo como Problema Político- apunta en sus Tratados Teológicos (Cristiandad, Madrid,1966, p.221) que la relación del hombre con el vestido se trata de: “una cuestión que, en el fondo, es teológica y metafísica”. Por consecuencia el tema de la desnudez lo es en ese mismo sentido. Ambas signaturas teológicas, vestido y desnudez, se hallan presentes en el Paraíso dentro del libro del Génesis. De la caída de gracia hasta la desnudez, es Satán el artífice que provoca por medio de la tentación que los primeros padres sean vestidos de pieles para cubrir su vergüenza. El Poder Maligno rompe con la armonía del hombre con su naturaleza misma, al provocar que Eva y Adán (en ese orden) coman del fruto del árbol del conocimiento de lo cual tienen como consecuencia que les sean abiertos los ojos y adquieran el primer conocimiento: la desnudez. Esa ganancia realmente fue un despojo, el descubrimiento fue inmediato a la caída, la desobediencia trajo a la vez una pérdida de una vestimenta superior que implicaba la inmortalidad y la revelación tanto del bien como del mal…
Despojado de esa vestidura de gracia en el hombre deviene una pura carnalidad. “Eso que falta” es sustituido con una humilde túnica hecha de pieles animales. Algo siempre falta en esa completitud que era el hombre y ya no es. Ese resto que falta será sustituido y completado con un “resto animal”, con una animalidad artificial. El hombre se ha condenado a una verticalidad como la de las serpientes. Dicho reptil cambia de piel, lo que implica que el Diablo tuvo que aproximarse a Eva encubierto en ese animal con su vil promesa de independencia.
A partir de ese momento toda vestidura es un habitar, es un vivir dentro del vestido. En el lenguaje común todo aquel hombre que se coloca encima prendas de vestir propias de mujer se dice de él: “es una vestida”. Otro dicho vulgar reza: “el hábito no hace al monje”. Por lo tanto, todo vestirse es una apropiación. En Cruising (1980), Dressed to Kill (1980) y Psycho (1960) –en un acto de la providencia las tres aperturando la década-, el hecho de vestirse de otro u otra implica la puesta en escena (usando el término jurídico) de un crimen. Y en las tres estar o encontrarse desnudo es señal de vulnerabilidad. Y vulnerables se sintieron nuestros primeros padres al hallarse desnudos en el paraíso. Tal vergüenza los obligó a taparse primero de hojas y después de túnicas de piel animal confeccionadas por Dios. Más allá de la moral, toda desnudez es una miseria. Desde ese momento también toda visión es subjetiva: solo a condición de “abrírsele los ojos” la humanidad se ha percatado de su impropia desnudez, ni eso le pertenece. En ese sentido es en el árbol del conocimiento que esa visión se ha adquirido…
La transformación metafísica fundamental y originaria es la horizontalidad de la mirada, perdiendo toda visión con la verticalidad. Fuente por supuesto de todos los males de la humanidad, convirtiendo toda mirada en deseo y todo deseo en perversidad. En esa visión el ojo solo captura desnudez donde antes había gracia. El árbol del conocimiento es un axis mundi, un eje vertical con sus frutos de la inmediatez.
De esa forma muchos fetichismos están relacionados con prendas de vestir específicas: zapatos, medias, bragas, lencería, prendas de cuero, botas, guantes, camperas de piel y otras; o con el intercambio de prendas. En esa correlación ominosa existe una relación originaria entre muerte, vestimenta y transgresión. En ritos de paso como por ejemplo el matrimonio o el bautizo, los ropajes tanto de las mujeres como de los infantes parecen prendas mortuorias, el vestido de novia apunta a los interiores de un ataúd apareciendo velada entre kilos de tela. Los juegos sexuales implican vestirse de un oficio y el transexualismo trata de vestirse con ropas del sexo opuesto. Toda vestimenta es un enmascaramiento.
En Psycho, Norman Bates se convierte en su madre para poder matar, se traviste y habla como ella. En Dressed to Kill, Robert Elliott (Toillete re-nace) mata vestido de mujer y unos complejos Stuart-Steve visten de piel reproduciendo el modelo fetichista del motociclista y militar. En esta triada de films el re-vestido usa el vestido-disfraz para acometer la desnudez de sus víctimas, vistiéndose a sí mismos las carnes como una doble piel. Norman Bates, Robert Elliott y Stuart Richards son especulares.
En Cruising, Steve Burns desciende al submundo homosexual de Nueva York (moderna Sodoma y Gomorra), para atrapar a un serial killer que esta asesinando a miembros de la comunidad Leather, los signos (violación) apuntan a que el asesino pertenece también al ambiente. En ese descenso en caída libre, el oficial se introduce –o es introducido- en la vida, códigos y tugurios donde se reúne la escena gay del West Village. Burns de manera paulatina se ira mimetizando con ese otro mundo. Adquiere la imagen y dress-code de aquellos personajes en una misión encubierta.
Steve Burns (San Esteban se quema) se ira consumiendo dentro de su personaje John Forbes y comenzará por encontrarse en una encrucijada que le va a cuestionar su propia sexualidad. Hundido en esos ambientes homo-eróticos no pierde la pista del asesino, que va camuflajeado con la vestimenta de la comunidad: leather cap, camisas entalladas, botas, gafas de aviador, guantes, camperas y muchos estoperoles. Burns en esa vía dolorosa ira caminando en ese pasaje de inversiones. Steve viene de Esteban, y si Esteban Sebastián es, nos remite a la imagen de aquel santo que puebla las fantasías del erotismo homosexual acometido por flechas y amarrado a un árbol con un gesto de dolor. Aquellas pinturas renacentistas de Giovanni Antonio Bazzi “el Sodoma”, en las que pinta a San Sebastián; significaron para los homosexuales perseguidos por la sociedad post-industrial un reflejo de un erotismo que no puede expulsar de si el dolor existencial de una vida perseguida y estigmatizada por el puritanismo que condenaba el sentir de esa otredad. La cual tiene que permanecer encerrada en el closet cargando con la marca de ser una especie de leproso. Los tugurios donde se reúnen, el Eagles Nestle, The Wolfs Den, etc; parecen modernos leprosarios.
Steve despojado de su ropa policial y revestido de homosexual es expulsado de una fiesta de roles cargando poco a poco con la condición de paria en ese camino de lo invertido. Stuart frecuenta los jardines y cines en los que busca sexo casual y víctimas. Su obsesión con la imagen paterna lo ha expulsado a esas cloacas, donde no sólo penetra a sus víctimas, también las acuchilla encontrando en ese acto el clímax de una satisfacción asesina. Aquí se configura la navaja como lo fálico.
Steve actúa como su doble, en la escena final del parque se coloca la gorra de Stuart y lo conduce al pie de un árbol donde acuchilla a Stuart en un costado, todo en un acto de negación a las pulsiones que ha descubierto. En esa catábasis Steve Burns y sus múltiples dobles, van en una busqueda de sí mismos. Como modernos Narcisos lo único que buscan es follar con personajes que se parecen a ellos. La estigmatización de lo homosexual a partir de esa década se fue agudizando por la aparición del VIH. El mismo Friedkin afirmó que un alto porcentaje de los extras de la película morirían de sida en los años posteriores. Por lo tanto, el film es un ECO de ese conflicto de la homo fobia y el dolor de esa comunidad castigada por la hipocresía de una sociedad industrializada que los relegó a los sótanos. De hecho la canción que canturrea el asesino tiene que ver con las palabras que ECO decía a NARCISO en medio del bosque: “hay alguien aquí”…
El mitologema de Narciso se establece en como Steve Burns se ve reflejado en cada rostro de ese submundo de dobles y espejos. Hasta que cae… La película hoy en día es un ECO de ese miedo y odio de aquellos días en el Village hacia una comunidad históricamente condenada por la mentalidad puritana.
En la última escena, Steve voltea a la cámara rompiendo la cuarta pared con una mirada mezcla de complicidad e incomodidad. Steve ha confesado en ese mirar sus deseos hasta esos momentos ocultos, su versión homosexual negada, en un fundido encadenado en el que Burns aparece fusionado con un sol que opera como un tercer ojo. En ese instante se ha transfigurado en otro, esa apertura que había aparecido clausurada le ha hecho asumir esa sombra, el chakra del tercer ojo ha sido abierto haciéndose consciente de la oscuridad bautizando así la inversión completa del kundalini. Esa sombra que emerge de las profundidades de esa ciudad del pecado donde aguas turbias expulsan detritos y cadáveres putrefactos como símbolo de eso maldito. Así como en El Exorcista surge de las entrañas de la tierra antiguos horrores que siguen caminando la tierra y quieren atraparnos como ese brazo-garra al principio de Cruising.
Escribe, Iván González.
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