Joker: Folie à Deux (2024): del uno al cero
Joker: Folie à Deux (2024):
Del uno al cero
¿Recuerdan aquella "super sized version" de Anchorman 2: the legend continues (2013)? ¿Aquel corte que agregaba números musicales para el Blu-ray no presentados en la versión para cines ni para la extendida? Bueno, revisando esas tres versiones, uno fácilmente puede darse cuenta que las piezas musicales no aportan nada a la película, y que sin ellas funciona incluso mejor. El musical de esa "super sized version" es un mero capricho.
Acá en Joker: Folie à Deux sucede lo mismo, pero en una escala desproporcionada, grosera: piezas musicales colocadas a lo bestia, que no suman a la película, ni la mantienen neutra, al contrario: restan. Sí bien el film de Todd Phillips en su apartado técnico es correcto -la fotografía es linda, el montaje está bien, existe buena cantidad de recursos formales-, y las piezas musicales se desprenden de recursos como el fundido o el plano secuencia, estas piezas no dejan de ser un mero capricho, incluso peor: un pastiche. Y es que cada pieza musical es una bajada de línea teatral de la escena que le antecede, una alegría , una reafirmación lo sucedido, un "por si no lo entendiste, te lo vuelvo a ilustrar con música", por ejemplo: Arthur se entera de la mentira de Harley e inmediatamente pasamos un musical en el que Harley le dispara, ¡Vale, por favor, Todd! ya entendimos que el Joker sintió esa traición como un disparo o una puñalada, no es necesario que nos ilustres cómo es que el Joker se sintió desde un número musical. Y así toda la película.
Si algo tuvo la primera entrega, fue su contenido crítico, es decir lo que pone en crisis. Joker (2019) respetaba una sociedad en crisis, un aparato político en crisis, al trabajador en crisis, al alienado o puesto al margen en crisis. Incluso se permitía ciertas construcciones simbólicas desde los trenes, los espejos, las escaleras y lo subterráneo. La secuela directamente elimina todo contenido y contexto inmediato como el sociopolítico y suprime por consecuencia todo cabo simbólico. La primera entrega funcionaba, entonces , y pese a sus excesos, como una contrainiciación.
Joker: Folie à Deux apenas y posee en su interior una trama, una leve y frágil: el juicio, la condena y el pago de un hombre que descubre el amor y que alucina. El problema es que esta trama no se toma en serio ni a ella misma. Su ejecución es ridícula y risible. Son aristas sin vértice.
Todo acá es plano, horizontal, no hay abajo ni arriba, como su precuela. Todo es pasillos y platós llanos.
Como escribió Anton Dolin en su critica para A Sala Llena: "La segunda parte de Joker es un fracaso, un ofensivo fiasco de un colectivo de personas talentosas, embriagadas con el éxito del film anterior y demasiado enamoradas de su héroe".
Este film es el resultado de la mezcla de Joker (2013), Anchorman 2: the legend continues, super sized version (2013), The secret life of Walter Mitty (2013). En Variety la señalaron como -y qué mejor- "superficialmente escándalosa".
Ningún argumento cierra, ni el juicio, ni ese intento de desplegar la doble o múltiple personalidad de Arthur -una línea vacía de lo que hiciera Shyamalan con su lograda Split (2017)-, ni el amorío, ni las alucinaciones de Arthur paródicas de Walter Mitty, ni la autodefensa de Arthur. Lo mínimamente logrado es el Joker como idea y envase a ser ocupado, es decir del 1 al 0, y del 0 al 1, como ocurre al final. La cosa es, si eso es sobre lo que se para la película, ¿eso alcanza para sostener 2 horas y media de metraje?
Escribe, Amisadai Domínguez.
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